lunes, 9 de marzo de 2015
LAS LAGRIMAS DE LA SABIDURÍA
una
eterna alegría con la que pasar las penas,
y
unas manos dispuestas a dar todo su cariño.
¡Sí!
Esas fueron las mujeres de los pueblos,
a
las que aún, si las miras fijamente
no
puedes sino llorar tapándote las lágrimas
porque
sabes que ellas no las merecen.
¡Qué
ojos no ven!
Que
son el corazón que necesitamos.
Ese
corazón que quiere sin límite
que
se muestra como el pasar del río
y
que nunca dejó de pensar que lo importante
es
cuidar a los demás como a una misma.
Esas
personas que siempre tenían una silla
para
quienes fueron condenados a la muerte en vida.
O
esas valientes mujeres de negro
que
pese a ser obligadas a hundirse en el barro,
a
ser humilladas y castigadas eternamente a no llorar,
supieron
mantenerse firmes.
Pasado
el tiempo, sabedoras de su respeto
no
dudaron en recolectar las flores de nácar
para
templar el cariño de sus seres queridos.
Qué
me digan, que si vosotras
no
fuisteis heroínas, quién lo pudiera ser.
Qué
griten que vuestras palabras
no
tienen ya sentido.
Yo
no puedo dejar de añorar su humildad
y
su anegada pero aún cálida sabiduría.
Hijas
de una revolución perdida
hambrientas
de deseos y de sueños,
que
fueron sumergidos en la devoción.
A
vosotras se os debe nuestra admiración.
Y
a ti especialmente te debo tanto
que
estaré siempre orgulloso de dejar
confundir
mis huellas con las tuyas.
No
olvidaré jamás que contigo
aprendí
a contemplar lo sencillo,
a
ser paciente, a querer
y
a cocinar al calor del tiempo.
Y
sin duda podré decir
que
si de algo debo sentirme henchido
es
de haber podido leer en tu compañía.
En
el atardecer van desapareciendo
los
ecos de vuestras antiguas palabras.
Pero
antes del silencio,
debéis
saber que al menos en unos pocos
sois
y seréis ese corazón que late fuerte
como
el hierro incandescente en la fragua.
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